Woodstock, N.Y. 1969
Los astrólogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre la fecha en que terminó la era de Piscis, dominada por el Cristianismo, y empezó la de Acuario, en la que se supone que estamos. Opinaron, en su momento, que el comienzo se situaría entre 1967 y 2376. El festival de Woodstock la dió sin más por inaugurada en 1969 y el musical Hair la definió por las mismas fechas en la conocida canción introductoria: …se elevará la era de Acuario; armonía, lealtad, claridad, simpatía, luz y verdad. La juventud norteamericana, como la francesa en 1968, se alzó en una revolución cultural que incendió el miedo al arma atómica, la protesta contra la guerra de Vietnam y la incertidumbre económica. Contaba para ello con una amplia preparación ideológica, confusa y multidireccional, que se resumió en dos palabras: New Age. Fue un movimiento centrado en la espiritualidad, una aspiración a volver a las fuentes, a una religión auténtica alejada de las instituciones con una confluencia de ingredientes variados, que incluían el ocultismo del antiguo Egipto, la cábala, el sufismo, el cristianismo celta, la alquimia medieval, ciertos alucinógenos, el budismo zen, etc. Sus maestros fueron numerosos y su inspiración se remontaba a la Teosofía de finales del siglo XIX. Alan Watts (1915-1973), por mencionar a uno de los más prolíficos y populares, había mezclado en su propia formación la teología del protestantismo evangelista, el budismo zen, el taoísmo y el sufismo islámico. No proponía crear un nuevo dogma sino “iniciar una discusión amistosa e inteligente sobre el cristianismo en comparación con el vedanta y el budismo”. Había nacido y estudiado en Inglaterra pero pronto colgó los hábitos de pastor protestante y se afincó en San Francisco, dedicado a estudiar las civilizaciones de Asia y a difundir en numerosas conferencias y discusiones su tesis principal: el verdadero catolicismo, o universalismo, es el que persigue encontrar en cada religión el núcleo que les es común a todas, más allá de los ritos, palabras y dogmas que ha creado la historia y el poder. Las diferentes religiones no son, según Watts, más que “diferentes estilos de hacer la misma cosa”. Había que ir a la raíz, concentrarse en la eternidad, entendida como la ausencia de tiempo y no como la duración interminable en que degeneró de la mano de las religiones oficiales.
Todo esto tenía mucho que ver con la ansiedad y la inseguridad de los tiempos que corrían, de modo que requería no solamente teoría y religión sino también psicoterapia. El propio Watts consideraba al budismo como un una psicoterapia más y los especialistas se unieron al movimiento de la New Age edad aportando novedades en el tratamiento de los males del alma, como hizo Erich Fromm estudiando la relación del psicoanálisis con el budismo zen. Fritz Perls (1873-1970) coincidía con las religiones místicas en la necesidad de abandonar el pasado y el futuro y concentrarse en el “aquí y ahora”, como pregonaba la novela La isla de Aldous Huxley ya en 1962. Perls era un psiquiatra austríaco huido del nazismo. Se afincó en Nueva York primero y a partir de 1960 en California coincidiendo con los prolegómenos de la novedosa efervescencia cultural. Su método, que llamó Gestalt Therapy, partía tanto de la superación del dogmatismo del psicoanálisis freudiano como de la iluminación instantánea ofrecida por los curanderos del espíritu. Estaba muy influenciado por el esoterismo de Jung y por las teorías sobre la “armadura del carácter”, de Wilhelm Reich, quien le había tratado en Viena. El método de la Gestalt se popularizó en aquellos años de inquietud, gracias también al carácter florido de Perls, que tuvo el humor de escribir una autobiografía titulada Entrando y saliendo del cubo de la basura. No es el porqué lo que hay que buscar, decía, sino el cómo, la experiencia directa de la alienación de la personalidad paralizada por sus resistencias, proyecciones e introyecciones: “agujeros” de la mente (holes) que hay que llenar con una visión totalizadora (holism). América, como reconoció el propio Perls, había hecho un giro de 180 grados desde el puritanismo al hedonismo. Frente a la guerra y el militarismo necesitaba una vuelta a la realidad poniendo el énfasis en el crecimiento personal para alcanzar la paz, personal y mundial.
No era la primera vez que una situación de especial tensión social provocaba una reacción hacia una espiritualidad “auténtica”. No es necesario remontarse al gnosticismo del cristianismo primitivo, aquella primera resistencia contra la institucionalización de la iglesia, que propugnaba una peregrinación a las fuentes para alcanzar el conocimiento directo de la divinidad. Los miedos de la transición entre los siglos XIX y XX, marcada por las guerras coloniales y las vísperas de la Gran Guerra europea de 1914 también vieron crecer nuevos movimientos trascendentalistas. En 1875, la escritora y ocultista rusa Helena P. Blatavsky creó en Nueva York la Sociedad Teosófica, que aspiraba a encontrar el tronco común de todas las religiones a través del estudio de las culturas extraeuropeas. El proselitismo de las diferentes iglesias cristianas ya había propiciado un acercamiento a las civilizaciones orientales para facilitar la labor de los misioneros y también para mejorar la eficacia de la administración colonial. Escritores notables se unieron a la búsqueda de la felicidad en un mundo demasiado turbulento, muchos de ellos viajando a la India o a Japón tras las huellas de Buda. El francés Pierre Loti contó muy bellamente en un libro sobre su viaje a la India todo lo que vió y sintió en su recorrido desde Ceilán hasta Benarés, los exóticos ritos y las costumbres chocantes de los templos del Hinduismo. Lo vió todo con ojos de europeo, comparando los paisajes y las costumbres con los de su Francia natal. Acabó rechazando la influencia directa de las religiones indias, consolado por los sabios de la Sociedad Teosófica de Madrás, que lo ayudaron a encontrar la paz fuera de una u otra religión y dentro de todas ellas. Loti era un diletante viajero, que viajaba además por profesión, ya que era marino. La experiencia de Hermann Hesse por aquellos mismos años fue más profunda. Su abuelo, su padre y su madre habían sido misioneros en la India y ejercieron una gran influencia en el joven Hermann, que fue educado en el pietismo y combinaba confusamente el cristianismo militante de sus mayores con su amor por el Oriente. De carácter extremadamente sensible, estaba horrorizado por las tensiones provocadas por el militarismo y el imperialismo, que amenazaban con llevar a Europa a la guerra, como así ocurrió. Huyendo de la quema y en busca de la paz de espíritu, viajó a la India en 1911 y estudió con dedicación la filosofía ancestral hinduista y el budismo. Acabó alejándose de todas las religiones organizadas y buscó la hermandad de la humanidad en un terreno espiritual común. Sus novelas Siddharta (1919) y El juego de los abalorios (1943) popularizaron esta búsqueda entre los jóvenes de varias generaciones.
Jiddu Krishnamurti (1895-1986) se encontró también en el camino de la Teosofía, pero no como escritor o aficionado sino como maestro espiritual de alcance mundial en aquellos años de la New Age. Nacido en Andhra Pradesh (India), otra líder espiritual notable, la escritora ocultista británica Annie Besant, lo acogió en la Sociedad Teosófica de Madrás, donde se reveló como un espíritu excepcional, místico y carismático. Creó en 1911 la Orden de la estrella de Oriente que pronto se expandió por todo el mundo con escuelas de formación religiosa transcendental. En 1929, Krishnamurti sufrió una crisis espiritual, disolvió su Orden y se declaró contrario a todo indoctrinamiento. Pasó el resto de su vida predicando precisamente el rechazo de toda institución, poniendo de manifiesto a través de la paradoja de sus preguntas la falacia de pensar: el título de uno de los libros que contienen sus numerosas charlas lo resume: Liberarse de lo conocido (Freedom from the Known). Creó un seguimiento multitudinario con su especial estilo repetitivo y algo hipnótico, vertido en discursos interminables que querían llevar a su auditorio al convencimiento de la inutilidad de todo discurso.
¿Cuál fué la fuente original de todo este interés en la filosofía y las religiones de la India? El propio Hermann Hesse nos dió la pista al mencionar su intensa dedicación juvenil a la obra de Goethe y Schopenhauer. No olvidemos que, de modo similar a lo que sucedió a finales del siglo XIX, Alemania vivía un siglo antes también las tensas vísperas de un período especialmente ominoso de rechazo del Antiguo Régimen, que acabó en la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Aunque Goethe no lo escribió directamente, sí insinuó en su poesía y confirmó en sus famosas conversaciones con Eckermann que había coqueteado con las ideas hindúes de la reencarnación y del karma. Pero la más importante influencia sobre el pensamiento de Hesse fue obra de Arthur Schopenhauer, que no en vano había tratado al gran poeta en Weimar por los años 1813-14. Allí conoció también a dos pensadores que fueron decisivos en el desarrollo de su filosofía: Gottfried Herder y Frédéric Maier. Herder había tenido noticia de las primeras traducciones de las escrituras indias y las había utilizado en su búsqueda de una religión primigenia, la más antigua de todas las religiones. Le impresionó la profundidad del Brahmanismo, su religión sin Dios aunque poblada de muchos dioses, y trasladó esta idea a los precursores del romanticismo: Schlegel, Schelling y más tarde a Novalis y otros.
Frédéric Maier, discípulo de Herder, era especialista en las civilizaciones asiáticas y fue él quien inició a Schopenhauer en los recientemente traducidos textos de los Upanishads mientras éste estaba trabajando en su gran obra filosófica, El mundo como voluntad y representación. Se encontró allí también con el filósofo Karl Krause, de duradera influencia en España. Era un profesor modesto pero conocía directamente el sánscrito y practicaba la meditación y el yoga, en los que inició a Schopenhauer. El se encontraba a mitad de camino hacia su empeño por desvelar el misterio que se había resistido a Kant, su maestro, como se le había resistido a Platón. ¿Si el mundo, todo lo que vemos y sabemos, no son más que ilusiones, apariencias o “fenómenos”, qué es exactamente lo real, la idea platónica, la cosa-en-sí de Kant? La filosofía india dió a Schopenhauer la clave al formular distinción entre los conceptos de maya, las apariencias o representaciones de nuestra mente, y brahma, el alma del mundo. La realidad, la cosa en-sí es, concluyó Schopenhauer, la voluntad, una voluntad universal que el yo siente en su cuerpo y en su más íntimo ser. Esa voluntad es, pues, lo único real. El ser humano quiere serlo todo, actuar sin límites y, ante la imposibilidad de conseguirlo, sólo cosecha insatisfacción y sufrimiento. La literatura y el arte son consuelos insuficientes: la única salvación posible es la supresión total de los deseos que surgen de la voluntad de vivir y acceder así al nirvana. Schopenhauer resume su ética de la voluntad a través del concepto de la transmigración de las almas. Para él era ésta la revelación más profunda de la religión hindú, que se expresa a través de mitos, a diferencia de otras religiones que lo hacen por dogmas. Según él, la conducta de la persona en la vida determina el castigo que recibirá si sucumbe a las exigencias de su voluntad, que consiste en reencarnarse en la propia casta en que ha nacido. Por el contrario, la recompensa por una vida de renuncia a las pasiones le permitirá irse liberando de ella hasta llegar al premio máximo: no tener que volver a nacer.
Aquí está la semilla de todo el posterior interés por el budismo, la meditación, el ascetismo que quiso recuperar la Teosofía y, más tarde, los múltiples exponentes de la New Age: una metafísica sin cielo. Este es el verdadero Schopenhauer. El más conocido es el otro, el misógino y colérico profesor de filosofía, el de la mirada intensa y el ceño fruncido, malhumorado por sus fracasos amorosos y porque no conseguía atraer alumnos para sus clases en la universidad de Berlín, que preferían seguir a su rival, el odiado Hegel. Schopenhauer nació en 1788 de padres cultos y acomodados. Vivió como estudiante en París y Londres y durante un viaje por Europa le impresionaron las miserias y sufrimientos de los pobres que encontró en el camino, que probablemente influyeron en su proverbial pesimismo. Tuvo una relación borrascosa con su madre Johanna, novelista notable y alma de un salón literario en Weimar donde su hijo conoció a Goethe y a Herder. Tuvo la opción de dedicarse al comercio familiar pero escogió la filosofía: la “voluntad”, diría él, se lo impuso, con independencia de lo que pensara en el mundo de su “representacioón”. La obra magna de Schopenhauer fue publicada tempranamente, en 1818, pero pasó desapercibida hasta que muchos años más tarde una nueva edición desencadenó un culto al que se sumaron Wagner y a Nietzsche entre otros muchos. Mientras tanto, el maestro había llevado una vida solitaria en Frankfurt, donde escribió una gran cantidad de ensayos sobre filosofía y arte que recopiló con gran éxito en 1851 bajo el título de Parerga und Paralipomena. Nunca le abandonó la fascinación por el pensamiento oriental, pues las ideas de la filosofía hindú le proporcionaron las herramientas para formular su sistema, lo que, según escribió, no hubiera sido posible sin la inspiración de los Upanishads, Platón y Kant, por ese orden: “la sabiduría primitiva de la raza humana no se dejará desviar de su curso por una aventura sucedida en Galilea. No, la sabiduría india invadirá Europa y transformará por completo nuestro saber y nuestro pensamiento”.
(WATTS, Allan: The Supreme Identity. An Essay on Oriental Metaphysic and the Christian Religion.–PERLS, Frederick: Gestalt Therapy; Delta Books, Nueva York 1951.–KRISHNAMURTI: The First and Last Freedom; Victor Gollancz, Londres, 1972.–HESSE, Hermann: Aus Indien; Shurkamp, Ulm 1980.–SCHOPENHAUER, Arthur: Die welt als Wille und Vorstellung, Insel Verlag, 1995.–SAFRANSKI, Rüdiger: Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía; Alianza Universidad, Madrid, 1991)