Morir en Venecia

 

 

 

Munich, 1911


Joseph M.W. Turner (1775-1851): El Gran Canal

Los restos mortales de Thomas Mann descansan en el cementerio de Kilchberg, una de las aldeas que se asoman a las orillas del lago de Zurich, ciudad en la que el escritor pasó sus últimos años y donde murió en 1955. Él, me atrevo a pensar, hubiera preferido encontrar La muerte en Venecia, como Gustav Aschenbach, el protagonista de su corta novela publicada en 1912. Mann tenía sólo veintisiete años y ya se había consagrado con su primera novela, Los Buddenbroock y numerosos relatos. En la novela, Aschenbach, un escritor solitario y depresivo, huye de Múnich, donde reside como el autor, y busca un paraje exótico para pasar el verano. Descartadas las selvas tropicales, acaba en Venecia, instalado en un lujoso hotel en el Lido, al borde de la playa y frente al sol del amanecer. Allí coincide con varias familias extranjeras y con Tadzio, un joven polaco del que se enamora perdidamente, como le había pasado ya a Mann en varias ocasiones, un enamoramiento vivido, en la ficción como en la realidad, como grave transgresión. Una epidemia de cólera llegada de la India se propaga por la ciudad ante la pasividad de las autoridades y de los venecianos, todos ellos temerosos de que el pánico perjudique la temporada turística. Aschenbach va comprendiendo el peligro al ver como se exageran las precauciones sanitarias hasta que finalmente un empleado de su banco le revela la realidad. A pesar de todo, y tras intentar huir sin mucho convencimiento, Aschenbach no quiere separarse del bello joven y decide imprudentemente permanecer en la ciudad. No se ha atrevido a intercambiar con él ni una palabra, se ha limitado a contemplarlo en la playa escondido bajo su parasol. Al final muere contagiado por la epidemia o por la enorme tensión de su amor culpable.

Mann se retrató fielmente en el protagonista de La muerte en Venecia, como él un escritor con el alma atormentada por múltiples sentimientos de culpa. El principal estaba causado por el conflicto de su vocación artística y su origen burgués acomodado, pues era hijo de un rico comerciante de Lübeck que vió con horror sus primeros pasos como escritor de éxito, mientras que su madre, de origen brasileño, lo estimulaba en su vocación. De ahí el perfeccionismo extremo que caracterizaba tanto al autor como a su protagonista, su afán de excelencia y las vagas alusiones a un supuesto origen aristocrático. Aschenbah, además, daba rienda suelta a otra fuente de culpabilidad: la que sentía a causa de su amor por el bello Tadzio. Al igual que Mann, el protagonista había podido adquirir desde su primera juventud una amplia cultura clásica, a la que acude repetidamente en La muerte en Venecia para justificar cómo en tiempos antiguos tales amores no sólo no estaban vedados sino que eran propios de héroes. Instalado por segunda vez por varias semanas en su hotel veneciano tras su frustrada huida, defiende con el apoyo de los sabios griegos la armonía de una vida de sacrificio y perfección como la suya con “ese tipo de Eros”, como llama a los sentimientos de Aschenbach: ¿acaso no lo habían tenido en especial consideración las naciones más bravas? El escritor se imagina como parte de un diálogo de Platón en que, a la orilla de un arroyo y protegidos por la sombra de un árbol, Sócrates instruye a Fedro sobre el deseo y la virtud.

 

Canaletto: Venezia, La Salute

 

Esta fascinación por la antigüedad griega era muy popular entre las escuelas literarias del fin de siglo y es muy posible que la idea de una muerte en Venecia se la inspirara a Mann la lectura de una corta obra de Hugo von Hofmannsthal que se había publicado en Viena en 1892 cuando su autor tenía sólo 18 años. Hofmannsthal se reveló como un gran poeta precoz y participó activamente en el brillante mundo literario del fin de siècle vienés junto con “los modernos vieneses”, que se reunían en el café Griensteidl. Der Tod des Titian es un “fragmento de drama lírico” que fantasea con la muerte del gran pintor Tiziano, despojándola de sus aspectos más trágicos, como un juego literario que le da ocasión de exponer temas artísticos generales que se empezaban a plantear en el mundo de la Secesión. La acción se desarrolla en una villa en las cercanías de Venecia desde la que se adivina la ciudad en la lejanía y se percibe vagamente la tragedia que la asola en el momento en que Tiziano agoniza víctima de una grave enfermedad. El pintor no aparece en la escena, en la que sus hijos y colaboradores polemizan sobre la contraposición del arte con la vida y sobre la diferencia entre el verdadero artista y el diletante. Son los temas sobre los que reflexiona también en su última visita a Venecia el Aschenbach de Thomas Mann. Como éste y su personaje, Hofmannsthal fue un personaje narcisista y solitario, perfeccionista hasta la angustia. Ambos rechazaron la literatura social e histórica del naturalismo en busca de obras centradas en lo “puramente humano”, con estilos que reflejan, cada uno a su manera, el nerviosismo propio de la época, la cultura del yo y una tendencia a la magia y al misticismo. 

Es de suponer que Thomas Mann tuvo en su mente el recuerdo de la muerte del gran pintor cuando ideó su novela. En efecto, Tiziano, este máximo genio de Venecia, halló la muerte como Aschenbach, en una ciudad desierta, aterrada por la peste negra, la epidemia real que había llegado también del Oriente, desde Constantinopla. Había nacido en torno al 1473 en el pueblo de Cadore, cercano a Venecia. En seguida aprendió el arte de la pintura con los grandes de la ciudad, con Bellini y Giorgione y pronto los superó con su incomparable dominio del color. Tiziano hizo una carrera brillante y nos dejó miles de obras maestras. Se movió con igual dominio en los temas religiosos que en las escenas mitológicas pero sobre todo sacó partido a los numerosos retratos que hizo de los poderosos de la época, empezando por los duques de la Serenissima Repubblica. Nunca quiso abandonar por mucho tiempo su Venecia, a pesar de que el emperador Carlos V y más tarde Felipe II quisieron atraerlos a sus cortes. Trató con papas y duques y a todos procuraba satisfacer la incesante demanda de sus cuadros. Su taller en Venecia, en el Bori Grande, estaba siempre lleno de ayudantes y de clientes, y durante mucho tiempo fue testigo de largas veladas del artista con sus amigos el poeta y satírico Pietro Aretino y el arquitecto Jacopo Sansovino.

La Venecia fastuosa de Tiziano, que había recibido en triunfo al rey francés Enrique III en 1575 se convirtió sólo un año más tarde en una ciudad vacía y silenciosa, literalmente apestada. La peste negra azotó a los venecianos como lo había hecho dos siglos antes y causó una depredación que se cifra en más de cincuenta mil muertos. Como en la narración de Thomas Mann, las autoridades de la república silenciaron la enfermedad durante muchos meses para evitar el pánico. Al final no tuvieron más remedio que admitirla y tomar medidas: crearon varios lazaretos donde recluían a los enfermos según la gravedad de su contagio mientras que a los que iban muriendo los evacuaban en barcazas a las fosas comunes.


Anónimo: Antonio Vivaldi (Museo de música de Bolonia)

Debido a la epidemia, el taller de Tiziano se fue vaciando de servidores y aprendices, que se refugiaron en los pueblos de la tierra firme en las cercanías de la laguna veneciana. Orazio, el hijo del pintor intentó retenerlos pero el maestro le obligó a respetar su deseo de salvar la vida. Al final padre e hijo se quedaron sólos en la casa, intoxicados por los humos de las cremaciones y el hedor de la enfermedad. Los vigilantes que visitaban las casas para llevar a los enfermos a los lazaretos acabaron arrebatándole a su hijo y Tiziano quedó totalmente sólo en la casa, pintando una Pietá de tonos lúgubres que fué su última obra. Días después lo encontraron muerto en el taller, que había sido saqueado e incendiado. El maestro se libró de la fosa común y recibió todos los honores de un funeral de estado.

Richard Wagner también murió en Venecia, donde quedó naturalmente extasiado cuando conoció las obras de Tiziano Vecellio, y especialmente la Anunciación que adorna el altar mayor en la Iglesia de Nuestra Señora dei Frari. Aunque la vida del propio Mann sería suficiente para explicar La muerte en Venecia, el recuerdo de Wagner, a quien Mann admiraba rendidamente, tuvo que inspirar de alguna manera su idea para esta narración tan inquietante. El propio Mann había escrito en el verano de 1911, de vacaciones en el Lido de Venecia, uno de los numerosos ensayos que consagró al gran compositor. La clave de la asociación con Wagner hay que buscarla en el apellido del protagonista. Wolfram von Aschenbach es el nombre de uno de los autores medievales que transcribieron la leyenda de Tristán e Isolda, que Richard Wagner convirtió en su obra maestra y en la que trabajó precisamente durante su primera estancia en Venecia en los años 1858 y 1859*, cuando tuvo que interrumpir la composición de su magna tetralogía sobre El anillo de los Nibelungos para huir de su amor adúltero por Mathilde Wesendonck. Desde Venecia le escribió numerosas cartas apasionadas que revelan su fascinación por la ciudad y la misteriosa evocación de la muerte que siente al recorrer sus canales: llegó sólo y con voluntad de permanecer solitario y consagrarse a la que adivinaba como su máxima producción artística. Quedó absorto en un mundo en el que, según escribió, se unían la paz, la belleza y la decadencia que él necesitaba, donde el silencio sólo era interrumpido por los gritos y los cantos ancestrales de los gondoleros. Sonidos y quietud de otros tiempos en una ciudad que permanecía dormida en la memoria de los siglos sin haberse contaminado con ningún signo de la modernidad que él despreciaba. Tristán e Isolda expresa la irrupción en las vidas de los amantes de Dioniso, el dios oriental del desenfreno, la música y el placer. Mann también lo reflejó en su novela como fuente del amor prohibido de Aschenbach y deja adivinar su presencia salpicando la historia con episodios en los que el escritor pulcro y perfeccionista se ve perturbado por personajes patéticos que aparecen como sombras de esperpento: así el cantante que importuna al escritor en el jardín del hotel con procaces canciones populares y, como todos, niega el mal que ha invadido la ciudad: no son, le dice temeroso, más que precauciones de la policía por el siroco. Wagner llegó a Venecia en su último viaje a finales de 1882, enfermo ya y deseoso, otra vez, de encontrar la paz. Se instaló con su esposa, Cósima Liszt, sus cuatro hijos y numerosos sirvientes en el aparatoso Palazzo Vendramin, al borde del Gran Canal. Tras haber estrenado su última gran ópera Parsifal en Bayreuth en el mismo año de 1882, viajó por última vez a su ciudad preferida y allí encontró la muerte, como era su confesada intención, en febrero del siguiente año, apenas cumplidos los sesenta y nueve. No había sitio mejor que Venecia para el fin de este enamorado de su silencio. Había hecho de la muerte de Sigfrido la semilla de su monumental tetralogía y de la muerte por amor de Isolda la cumbre de su genio compositor.        


Edouard Monet: Atardecer en Venecia

 *El nombre de pila de Aschenbach, Gustav, inspiró a Luchino Visconti al rodar su famosa película de 1971. En ella asoció a Aschenbach con el compositor Gustav Mahler, con el que el personaje de la novela, sin embargo, tiene muy poco en común.

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(MANN. Thomas: Der Tod in Venedig, en Sämtliche Erzählungen; Fischer Verlag, Frankfurt 1963.–WAGNER, Richard: Epistolario a Matilde Wesendonk; Austral, Madrid, 1947.–HOFMANNSTHAL, Hugo von: The Death of Titian, en www.archiv. org.–VOLKE, Werner: Hugo von Hofmannsthal; Rowohlt, Hamburgo 1967.–NORWICH, John Julius: A History of Venice; Penguin Books, Londres 2003.–ZORZI, Alvise; El color y la gloria. Vida, fortuna y pasiones de Tiziano; Debate, Barcelona 2005)