Praga, 1914
No es fácil definir lo cursi. El filósofo catalán Rubert de Ventós lo consiguió en su ensayo De la modernidad (1980), tomando como ejemplo el uso de las palabras “kafkiano” o “surrealista”. “Cursi es, nos dice, experimentar la fórmula como forma, el tópico como expresiòn personal: es encontrar la burocracia “kafkiana” o “surrealista” la política…es emocionarse con “lo emocionante”, indignarse con lo “indignante”…es buscar bajo el cuadro el nombre del pintor para, una vez reconocido, admirarse y apreciarlo realmente”. Así pues, kafkiano es para el cursi todo aquello que nos resulta confuso, no sólo en el trato con la burocracia o con el poder. Con todos los respetos por este uso generalizado, en estas líneas intento acercarme a lo realmente kafkiano, a lo que resume la obra de Franz Kafka (1883-1924). Y creo que podríamos expresarlo así: kafkiana es toda aquella situación en la que una persona es acusada y condenada sin que se le comunique de qué se le acusa y tenga que sufrir desde la perplejidad la pena que se le ha impuesto. Esta situación no es infrecuente en el día a día de las relaciones personales. Puede ser grave si proviene de la autoridad competente para juzgar, como ocurre en muchos lugares de la obra de Kafka, en especial en la novela o producto literario sui generis titulado El proceso.
El drama de Joseph K. nos asalta desde la primera línea: “Alguien tenía que haber calumniado a Josef K. porque una mañana, sin que hubiera hecho nada malo, fue detenido”. Kafka empezó a escribir estas palabras en agosto de 1914, bajo la impresión de dos conflictos graves, público uno, personal el otro. En aquellos días había estallado la primera guerra mundial. Además, había roto su compromiso matrimonial con Felice Bauer, en una ceremonia realmente penosa, un “proceso” donde intervinieron familiares y amigos para “juzgar” si la ruptura estaba justificada. Kafka no publicó en vida El proceso, que es una novela fragmentaria y ha costado montar, pues lo que dejó fueron capítulos sueltos. Pero sí sabemos que escribió sin interrupción el primero, en el que Josef K. es detenido, y el último, en que tiene lugar la ejecución extrajudicial del no-acusado. Los capítulos intermedios son episodios aparentemente inconexos. Explican los avatares del proceso y los esfuerzos del protagonista, primero por comprender la razón por la que su vida rutinaria ha sido tan bruscamente perturbada, y más tarde por buscar ayuda para zafarse de las redes que le va tendiendo el mundo siniestro de la in-justicia.
Naturalmente, desde que Max Brod, el albacea y amigo de Kafka, publicó la novela en 1925, las interpretaciones de esta historia tan inquietante han sido abundantes y variopintas. Los historiadores han buscado su significado en la angustia por la guerra en Europa o en la posición de la minoría judía en Praga; los sociólogos en la posición del burócrata en el mundo austro-húngaro; los psicólogos en la catastrófica relación de Kafka con su padre; los teólogos en la sospechosa cercanía con lo sagrado de esas leyes que brillan al fondo del castillo. Pero han sido sobre todo los juristas quienes han hecho de la novela el oscuro objeto de sus deseos, queriendo ávidamente discernir una filosofía del derecho en las aventuras del protagonista. Me temo que sin mucho éxito y desde luego sin ponerse de acuerdo. Kafka era abogado y doctor en derecho. Conocía su oficio, como se puede comprobar en sus escritos como empleado de la compañía de seguros Assicurazioni Generali, que han sido publicados. En El proceso, sin embargo, parece burlarse del derecho positivo que tan bien conocía, pues lo que allí ocurre es un sinsentido jurídico. Josef K. es detenido sin que se nos diga nada sobre una previa denuncia o instrucción del caso. Lo interroga una asamblea multitudinaria que parece más bien un mitin político. Lo ejecutan dos asesinos sin que aparezcan por ningún lado las pruebas ni conste que se ha celebrado del juicio. Un verdadero despropósito procesal.
Y sin embargo la novela tiene un contenido jurídico, aunque críptico, pues trata de la relación del ciudadano Josef K. con el derecho, un derecho de carácter secreto, cuyo contenido es inalcanzable. Titurelli, un pintor influyente con la justicia, pues hace los retratos de los magistrados, explica a K. cuáles son las tres posibilidades de su causa: el sobreseimiento real (que está fuera de cuestión), el sobreseimiento aparente (la causa puede reactivarse periódicamente) y la posposición definitiva. El abogado Huld se esfuerza por ocultarle la ley, sin que quede claro que él sepa cuál es su contenido, le da largas asegurándole que está preparando su defensa aunque desconoce aún la acusación, resalta la primacía de las influencias sociales a la hora de ganar un pleito. El cliente Block se arrastra ante el abogado, que lo humilla dándole noticias negativas sobre su proceso para mantenerlo sujeto, y le deja vivir incluso en su casa, donde ha esperado cinco años por el inicio de su causa. Esta burla de lo jurídico hace pensar a Richard A. Posner, creo que con razón, que en realidad la novela no tiene tanto que ver con el derecho como con temas más amplios, sociales y humanos. El lenguaje jurídico que Kafka tan bien domina le servía como vehículo para expresar una angustia difusa ante lo desconocido y absurdo de la vida, ante el desamparo del individuo ante el poder. Disfrazaba así la desesperación del individuo, el abismo entre su propia imagen y la que los demás se hacen de él, incapaz de explicarse a sí mismo y de comunicarse con los demás, indiferentes ante sus conflictos.
Kafka no alude directamente a temas políticos ni toma postura ante la guerra que arrasa a Europa sin que él pueda intervenir, como hubiera querido, debido a su enfermedad. Parece más interesado, como ha demostrado Elias Canetti, por reproducir en un contexto jurídico la culpabilidad y la humillación que siente por su fracasada relación con Felice, escenificada en una farsa privada, no menos angustiosa que el proceso de Josef K. Dejando adivinar ecos de la antigua Inquisición o incluso una premonición de los regímenes totalitarios que pronto se iban a apoderar de su mundo, Kafka, sin intención de publicarlo, escribió un libro que sin embargo está plenamente insertado en la literatura alemana postromántica, con un lenguaje terso, directo y fluido, que debe su gran fuerza a la realidad aparentemente concreta con la que refleja un mundo fantástico de suposiciones y misterios.
El proceso incluye en el capítulo titulado “En la catedral” un cuento del que Kafka estaba orgulloso, cosa rara en él, según revela una anotación en su Diario de 13 de diciembre de 1914. Lo llamó Ante la ley y lo publicó separadamente en 1919 en su libro Un médico rural. El tema es simple y terrible: un campesino llega a “las puertas de la ley” y pide entrar. El guardián deniega su petición “por el momento” y le explica que ésta no es más que la primera puerta para acceder a otras tantas salas que se encuentran en el camino antes de llegar a la ley, cada una con un nuevo y más poderoso guardián. El campesino decide esperar sin más protesta y pasan lo años. Cuando se siente morir pregunta al guardián por qué es él el único que ha intentado acceder a la ley. La respuesta es pavorosa: “nadie más tenía derecho a entrar porque esta entrada está hecha sólo para tí; ahora la cierro y me voy”.
Imposible no ver en esta parábola sin moraleja la clave de toda la novela. Tanto Josef K. como el campesino aspiran a conocer la ley pero no hacen las preguntas correctas, se engañan sobre el tribunal, tienen miedo. No se atreven a desafiar los obstáculos que los separan de su meta y acaban pereciendo, cada cual a su manera, por tibios y conformistas. El cuento resulta más significativo en el contexto en el que aparece en la novela, la conversación casual de Josef K. en “La catedral” con el capellán de la prisión, que está enterado de su caso. El sacerdote, según dice, piensa que “se equivoca” en relación con el tribunal y discute con él cómo interpretar correctamente los detalles de la historia. Por boca del sacerdote, Kafka elabora con profundidad paradójica el tema de la interpretación, es decir, si hay que buscar significados ocultos en el cuento o bien es mejor entenderlos literalmente. Kafka parece insinuar aquí que es inútil dar muchas vueltas a las cosas, incluido todo lo que él escribe, que el lector debe limitarse a leer en la esperanza de que el texto le revele algo sobre su propia vida. Mejor no dar mucha importancia a las opiniones: las “escrituras” son inmutables y las interpretaciones no son en muchos casos más que expresión de la desesperación de los intérpretes. A pesar de lo cual ellos se embarcan en una interminable discusión sobre si el guardián de la historia había engañado al campesino (como Joseph K. se engañaba sobre el tribunal).
Este método consistente en exponer una leyenda para luego discutir sobre ella evoca el mundo del Talmud y está en el origen de una opinión extendida que resalta la influencia de la tradición judía sobre la obra de Kafka. También en la doctrina religiosa el aspirante a la unión con Dios tiene reservada una entrada que le es propia y exclusiva, pero ha de pasar por sucesivas estancias, todas ellas custodiadas por un guardián. Al fondo, la ley “brilla” a través de las cámaras, como en el cuento, una ley que no puede ser otra que la ley divina y no la ley ordinaria. El hombre piadoso que cumple la “ley” acaba teniendo acceso a ella, es decir a la unión. No así en el pensamiento de Kafka, donde no hay redención posible: la ley es desconocida y por lo tanto no hay manera de cumplirla. Josef K. no conoce de qué se le acusa y se arrastra por los siniestros pasillos del proceso hasta llegar, como el campesino, a su trágico final.
Este cuento apareció publicado junto a otro relato que explica la angustiosa situación aunque en sentido contrario. Si en Ante la ley es el suplicante el que no puede ascender a la ley, en la historia llamada Una embajada imperial es la voz del poder la que no llega al súbdito. El emisario del emperador moribundo tiene que llevar un mensaje secreto a una persona “humilde, una sombra insignificante”. Nunca llega porque se tropieza con obstáculos casi insalvables para salir del palacio atravesando cámaras interminables, para superar los obstáculos de la gran ciudad y para recorrer las distancias fuera de ella que lo separan del destinatario. Pero lo más cercano que estuvo Kafka a una concepción del derecho, expresada de modo directo sin ficción narrativa, lo encontramos en el texto llamado Sobre la cuestión de nuestras leyes, de 1920. En él, explica con maestría cómo la interpretación de las leyes ha adquirido, con los siglos, fuerza de ley, por lo que es inútil seguir interpretando, pues la ley es un misterio que ha sido confiado a “los nobles”. ¿Para qué seguir empeñados en un inútil ejercicio intelectual cuando es probable que las leyes que queremos descifrar no hayan existido nunca?. Es verdad que algunos siguen intentándolo porque quieren denunciar que la única ley que existe es ésta: “ley es lo que hacen los nobles”. Pero si es la única que tenemos, se preguntan perplejos, ¿cómo vamos a privarnos de ella?
Es lógico preguntarse: ¿por qué escribió Kafka todas estas cosas? Era un abogado bien colocado, una persona casi normal con sus problemas familiares y sexuales. Dedicaba sus noches de insomnio a escribir con una pasión perfeccionista casi enfermiza que le hizo destruir gran parte de su obra porque no la consideraba digna de publicarse. Pero su obra revela además mucha angustia y una profunda insatisfacción en la que no es difícil adivinar un conflicto espiritual. Sin hacer alusión explícita a la religión de su grupo social minoritario en Praga, lo cierto es que pensó y escribió desde la perspectiva hereditaria del judaísmo, incluso que coqueteó con el sionismo. Da la impresión de que, entre las salidas que caben a todo ser humano para resolver su personal dilema religioso, le tocó en suerte la más destructiva. No fue capaz de aceptar y seguir la religión de su grupo social, a la que su familia prestaba una adhesión tibia, inspirada por el pragmatismo. Tampoco tuvo la suerte de poder separarse de ella pacíficamente, abriéndose a una visión del mundo más amplia, dentro o fuera de la religión. Por el contrario, parece que conservó sus raíces y las cultivó sin fe, con un terrible sentimiento de culpa por haberse distanciado del camino marcado por sus mayores. Como él mismo dijo: “no puedo librarme del mundo monstruoso que tengo dentro de mi cabeza”.
(Nuevos papeles de Volterra)
(KAFKA, Franz: Der Process; Suhrkamp, 2000; Sämtliche Erzählungen; S. Fischer, 1973.–MÜLLER, Michael, ed.: Interpretationen Franz Kafka; Reclam, 1994.–POSNER, Richard A.: Law and Literature; Harvard University Press, 1998.–BINDER, Hartmut: “Vor dem Gesetz”. Einführung in Kafkas Welt; Verlag J.B. Metzler. Weimar 1993–CALASSO, Roberto: K.; Anagrama, Barcelona, 2002.–ZIMMERMANN, Hans Dieter: Kafka für Fortgeschrittene; Verlag C. H. Beck, 2004.–CANETTI, Elias: El otro proceso de Kafka. Alianza Ed. 1976)