Limones amargos de Chipre

 

Chipre 1974

Chipre otomano

 

Han pasado más de cuarenta años desde que las tropas del ejército turco invadieron la parte Norte de la isla de Chipre y establecieron una república bajo la protección de Turquía, el único país que la ha reconocido diplomáticamente. A partir de 1974, unos 190.000 grecochipriotas se trasladaron al Sur y un número no muy inferior de turcos huyeron al Norte, La frontera fue cerrada y las Naciones Unidas tuvieron que actualizar una fuerza de interposición que intentaba poner paz entre griegos y turcos desde 1964 y establecer una zona neutral entre ambas partes de la isla. Unos y otros se establecieron a ambos lados de la frontera en las casas y en las fincas que habían abandonado sus propietarios y las ocuparon sin títulos suficientes o con los que improvisaron las autoridades de uno y otro bando. Los turistas que visitan la parte griega pueden comprobar el triste espectáculo de las mezquitas abandonadas y desiertas. Y lo mismo pasará supongo con los que se deciden por las las playas del Norte. Esta situación de partición étnica es prácticamente única en el mundo. No impidió que la Unión Europea admitiera como miembro a la República de Chipre en  mayo de 2004, al tiempo que fracasaba un enésimo intento de la ONU para solucionar la anómala situación. El plan de Kofi Annan preveía la constitución de una confederación de dos repúblicas unidas por instituciones federales, incluido un tribunal supremo en el que tres miembros extranjeros tendrían a su cargo resolver los pleitos derivados de la restauración de las propiedades. El artículo diez de la Constitución dejaba en el aire este vidrioso problema, pues no optó por devolver las tierras y edificios a sus antiguos propietarios más que en determinados casos. El plan fue rechazado en referéndum por la inmensa mayoría de los grecochipriotas y la vehemencia de su oposición era y es fácil de comprobar a poco que se intente suscitar el tema con ellos.

 

Los problemas entre turcos y griegos en la isla venían de muy atrás. Chipre fue víctima de su estratégica situación geográfica desde tiempos remotos. Sus reyes tribales fueron sometidos por los griegos, por los egipcios, por los romanos, por los bizantinos, por los genoveses y por los venecianos. En vísperas de la  batalla de Lepanto en 1571 la isla había estado ochenta años bajo la soberanía de la Serenissima Republica. El sultán otomano Solimán el Magnífico había dado prioridad a la conquista de Malta, en la que fracasó, y no tuvo tiempo de proseguir su intento de dominar el Mediterráneo. Pero su hijo y sucesor Selim II, un sultán poco brillante y muy aficionado al vino, puso sus ojos en la isla, rica entonces en viñedos, pero también en sal, en cereales y en caña de azúcar. Chipre está a pocos kilómetros de la costa Sur de Turquía y Selim comunicó al representante de Venecia en Estambul que la consideraba históricamente perteneciente al imperio otomano. Fuera ello cierto o no, los otomanos aprovecharon las diferencias entre la Santa Sede, Venecia y España para enviar una flota invasora que en septiembre de 1570 conquistó sin mayores problemas Nicosia, la capital, que estaba mal defendida. Después asedió largamente a la ciudad de Famagusta y acabó por conquistar la totalidad de la isla. Mientras tanto, las potencias cristianas no consiguieron ponerse de acuerdo para defenderla del ataque otomano, entre otras cosas porque los venecianos tenían fuertes relaciones comerciales con el sultán. Tampoco estaba muy entusiasmado Felipe II con la idea de defender una isla tan lejana. Su almirante Andrea Doria, además, era genovés y por tanto poco amigo de los venecianos. La caída de Chipre en manos musulmanas, no obstante, hizo a todos reaccionar, temerosos del efecto dominó que podría tener el avance turco hacia el resto del Mediterráneo. Felipe puso al mando de la flota a su medio hermano Juan de Austria y así consiguió la destrucción de la flota otomana en Lepanto.

La división de Chipre

 

Mientras tanto, los turcos habían establecido en la isla a 30.000 colonos que convivieron desde entonces con dificultad con la población griega originaria y con los pocos venecianos que quedaron. Construyeron sus mezquitas y controlaron buena parte del territorio, convertido en una provincia más del Imperio otomano. Esta situación se mantuvo relativamente estable durante tres siglos. Mientras tanto, el Mediterráneo había visto modificado profundamente su papel en las relaciones internacionales. Tras la batalla de Lepanto, los imperios español y otomano llegaron a una tregua prolongada: España había vuelto la vista al Atlántico y su imperio americano y los turcos tenían que atender desafíos que llegaban desde el Este, desde Persia. El Mare Nostrum perdió importancia en el comercio, las flotas de Inglaterra y Holanda surcaron libremente sus aguas y acapararon la mayor parte de las relaciones económicas. Gran Bretaña consiguió el control de la entrada al Mediterráneo en 1704 cuando en el contexto de la guerra de sucesión española ocupó Gibraltar, pero siguió preocupada más bien por consolidar su imperio atlántico en pugna con España y Francia. Al final del siglo, sin embargo, la pérdida de sus colonias en Norteamérica la obligó a dirigir su atención en la India y la parte oriental de su imperio. Dió prioridad al Mediterráneo, que se había convertido en vía de tránsito primordial hacia el Oriente. Acabó controlándolo en pugna con los franceses, que ocuparon Egipto en 1806, cuando Napoleón Bonaparte pronunció su famosa frase a los pies de las pirámides. En 1878, tras haber apoyado al imperio otomano contra Rusia en la guerra de Crimea, los ingleses obtuvieron de los turcos un acuerdo por el que asumieron la administración de Chipre aunque respetando la soberanía teórica del imperio otomano. En 1914 se anexionaron directamente la isla y la convirtieron en colonia de la corona.

Los griegos de la isla se resistieron siempre a la dominación británica. Su pretensión fue la de obtener la unión con Grecia, la llamada Enosis, y la defendieron por las armas creando una organización terrorista, la EOKA. Gran Bretaña intentó solucionar la intratable situación ofreciendo en 1947 autonomía la isla. Los grecochipriotas rechazaron la oferta y tampoco estuvieron del todo de acuerdo cuando, tras un arreglo de los británicos con Turquía, otorgaron la independencia a Chipre en 1960. Eso sí, los ingleses conservaron dos importantes bases militares que ocupan parte de la isla y siguen siendo hasta hoy territorio de soberanía plenamente británica. La república chipriota, dominada por los griegos y su presidente el obispo Makarios II, vivió siempre en precario. La Enosis siguió siendo el objetivo de los griegos y provocó grandes desórdenes en su enfrentamiento con la minoría turca, tanto que  la ONU tuvo que intervenir para intentar poner paz entre ambas comunidades. Los coroneles que tomaron el poder en Grecia en 1967 agravaron la situación. Su régimen duró hasta el 4 de julio de 1974, y cuatro días más tarde un golpe de estado derribó al gobierno de Makarios. Simultáneamente, Turquía quiso resolver el conflicto drásticamente y ocupó militarmente el tercio Norte de Chipre.

Gerald Durrell

 

Toda esta lamentable historia ilustra los avatares de una isla en medio de un mar como el Mediterráneo, cruzado por civilizaciones, un mar interior que sin embargo durante muchos siglos fue el protagonista de la historia. Resulta impresionante pensar que hace entre 12 y 15 millones de años, según los últimos cálculos, el mar que asociamos con las bellas imágenes de luz y bonanza estuvo desecado durante milenios hasta que la presión del océano atlántico irrumpió desde el estrecho de Gibraltar y creó el mar que ahora conocemos, al que sigue alimentando para compensar la alta evaporación, la misma que había ocurrido en aquellos tiempos remotisimos. Los historiadores que se centran en la geografía para explicar la evolución señalan que en el mar resultante las corrientes marinas impulsadas por las aguas del Atlántico y los vientos regulares en las distintas estaciones propiciaron muy tempranamente el comercio y el intercambio de poblaciones, creando en las islas más orientales las culturas fundacionales de la civilización occidental. Fernand Braudel insiste en la larga duración de los fenómenos históricos frente a la histoire événementielle, la historia de los hechos políticos. En su magna obra sobre El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, quiso demostrar cómo las civilizaciones se aferran al territorio y se mantienen en el tiempo indiferentes a los cambios debidos a asedios e invasiones. Las tres civilizaciones que han pugnado por el predominio en el Mediterráneo, el catolicismo sucesor de Roma, el islam y el cristianismo ortodoxo se han solapado en diferentes ocasiones y aún hoy están visiblemente presentes. Podemos ver vestigios de Roma en el Líbano, de Grecia en Sicilia, de Turquía en los Balcanes, del islam en España. Las invasiones han sido, por tanto, fenómenos superficiales que no han causado cambios verdaderamente profundos. Incluso puede suceder que se produzcan complicidades entre la población establecida y los invasores según sea la correlación de fuerzas. Así sucedió en Chipre, donde los griegos, sometidos al yugo de los cruzados francos, favorecieron en 1570 al invasor turco. De modo similar, en la península ibérica la resistencia a la islamización fue débil y también hubo alguna complicidad con los árabes invasores por parte de la población romanizada sometida al reino visigótico. En todo caso, sostiene Braudel, el Mediterráneo es un mar pequeño comparado con la inmensidad de los océanos y puede decirse que nunca cupo en él más de una potencia hegemónica. Roma lo fue hasta el colapso del imperio occidental y el debilitamiento del bizantino bajo la presión del Islam. Con el tiempo, el imperio otomano tuvo que ceder el paso a los imperios comerciales de Génova y Venecia. Tras Lepanto pugnaron por el control los estados nación europeos hasta que finalmente se impuso el imperio británico. Después de la II Guerra mundial fue escenario de la guerra fría entre las flotas de rusos y americanos. 

 

Las islas tuvieron un papel especial en todo este trasiego como puente o estación de etapa para la navegación. Así, el imperio comercial veneciano sólo fue posible gracias a la posesión de un rosario de islas que marcan el camino desde el Norte del Adriático hasta la antesala de Asia en Siria: Corfú, Creta y Chipre entre otras. Las islas son en general pobres en recursos propios y tienen necesariamente que abrirse al comercio y a la cultura, crear la navegación para importar o para invadir. Tienen por esa razón poblaciones más activas e incluso belicosas que las que pueblan las orillas y el interior en torno al Mediterráneo. De ahí su protagonismo en la dinámica de las mutaciones históricas. Chipre entre ellas ofrece un ejemplo típico de economía creada para la exportación en beneficio de poderes exteriores. Como tal fue, igual que las otras islas, vehículo de trasmisión cultural. Braudel cita como ejemplo curioso el cultivo de la caña de azúcar. Originario de la India, llegó a Chipre desde Egipto y desde allí se propagó hacia el Oeste, pasando por Sicilia hasta llegar a las islas atlánticas de Madeira y Canarias. Como otras islas del Mediterráneo, Chipre aparece así como una víctima de su situación, cercana a poderosos vecinos, Turquía y Egipto, impotente ante el embate de griegos y romanos y más tarde genoveses y venecianos. En ella se resume la esencia del Mediterráneo. Está en el punto focal del cruce de influencias que han dado vida a la historia occidental. La huella de Grecia no ha cesado de marcar su vida desde que Alejandro Magno la sometió a su imperio en el 333 a. C. Egipto tomó el relevo bajo los sucesores de Alejandro pertenecientes a la dinastía de los Ptolomeos hasta que Roma la anexionó en el 58 a.C. La influencia griega volvió a ser predominante cuando el Roma se dividió y Chipre fue incorporado al imperio bizantino. La presión otomana sobre el imperio hizo que el emperador Justiniano II y el califa llegaran a un acuerdo para compartir el gobierno de la isla. Este condominio duró tres siglos hasta que Chipre volvió a manos bizantinas en el 925. Y entonces empieza una historia de vaivenes que nos permiten comprender la extrema inestabilidad de este pequeño país. Ricardo Corazón de León, de paso en 1191 para la tercera cruzada, se apropió de la isla, que había sido convertida en un imperio personal por el gobernador bizantino Isaac Comneno. El rey inglés, tras un año de dominio, vendió la isla a la orden de los Templarios, quienes a su vez la transmitieron a Guy de Lusignan, el rey franco de Jerusalén depuesto por Saladino cuando conquistó el reino cristiano. Chipre se convirtió así en un reino feudal dominado por nobles latinos. No es de extrañar que la población griega sometida por los cruzados viera con indiferencia la invasión de los turcos y la expulsión de los venecianos, que habían cambiado su modo de vida ancestral.

 

¿Cómo no iba a dejar huellas toda esta historia de cambios casi siempre traumáticos en una isla pobre e incapaz de resistir los vendavales de la historia? Limones amargos fue el apropiado título del libro que el escritor Lawrence Durrell dedicó a contar su experiencia como funcionario británico en Chipre en los años cincuenta, cuando las tensiones no habían llegado al nivel de violencia que hemos presenciado después.

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(BRAUDEL, Fernand: La Méditerranée et le monde mediterranéen à l’époque de Philippe II; Armand Colin Ed. París 1990.–Id. Y otros autores: Il mediterraneo; Tascabili Bompiani, Milán 2005.–NORWICH, John Julius: The Middle Sea. A History of the Mediterranean, Vintage books, Londres 2007.–ABULAFIA: The Great Sea. A Human History of the Mediterranean; Penguin Books, Londres 2011.– DURRELL, Lawrence: Bitter Lemons of Cyprus; Faber and Faber, Londres 1957)