Praga, 1914
El régimen de “normalización” que se impuso en Checoslovaquia en 1968 tras la intervención de las tropas soviéticas tuvo como líder a Gustav Husak, un apparatchik masivo al que no se le vió nunca sonreir. En 1969 desplazó a Alexander Dubcek, el protagonista de la llamada primavera de Praga, como secretario general del PCCH y en 1975 fue elegido presidente de la república en sustitución del general Svoboda, otro héroe de la frustrada revolución. En su largo discurso de aceptación dijo algo que nos llamó la atención en medio de toda la prosa rutinaria que era común en tales actos oficiales. Lanzó una grave amonestación a los checos y eslovacos, a los que exigió que dejaran de comportarse como el soldado Svejk y colaboraran con la normalización, es decir, con la vuelta a la ortodoxia comunista. Esta había sido relativamente aliviada por varios años de libertad cultural que sólo se vieron interrumpidos cuando a alguien se le ocurrió proponer la salida de Checoslovaquia del Pacto de Varsovia. Al mencionar al famoso soldado, Husak hacía suya una idea bastante extendida y poco rigurosa que asimila la actitud de disimulo y resistencia pasiva de Svejk a la mentalidad de los checos en general, convertida en la definición de su “carácter nacional”. No era una invención reciente o limitada al régimen comunista, ya que también en el siglo anterior los habitantes de Bohemia habían sufrido la intolerancia del Imperio austro-húngaro y habían perfeccionado el arte del “filibusterismo” para bloquear con interminables discursos y maniobras obstruccionistas los órganos consultivos del Imperio, cuya Dieta, el Reichsrat, consiguieron sumir en la parálisis. Protestaban porque no les habían permitido equipararse en autonomía con otros pueblos sometidos, en especial Hungría, que había recuperado su condición de reino en la constitución de 1868, cuando el Imperio se convirtió en un régimen “dual”, imperio y monarquía, sin cambiar el estatuto de Bohemia.
El soldado al que aludía Husak era bien conocido de todos, el atrabiliario protagonista de la novela de Jaroslav Hasek Las aciagas aventuras del buen soldado Svejk en la guerra mundial. Fue publicada en modestos fascículos entre 1921 y 1923 y recuerda a las novelas picarescas del Siglo de Oro español y a otros exponentes del género como el Gargantúa de Rabelais o el Simplicius Simplicissimus del alemán Grimmelshausen. Desordenada y caótica, la novela quedó inacabada por la muerte del autor y, como es habitual en los libros de este tipo, no tiene propiamente un argumento. Se desarrolla en episodios encadenados en torno a la (mala) suerte de un simple soldado que se enfrenta a diferentes vicisitudes desde su alistamiento para la Gran Guerra hasta su llegada al frente ruso, pasando por estancias en prisiones y manicomios, largos viajes en tren y a pie y empleos varios al servicio de diferentes jefes y capellanes militares. Dados estos antecedentes, para no hablar de la notable vulgaridad del lenguaje vernáculo empleado para describir la vida en los bajos fondos de Praga, no es extraño que esta novela tuviera un éxito inmediato entre los lectores nativos. Pero es que además fue un gran éxito en toda Europa, donde empezó a ser conocida gracias a la traducción al alemán que hizo Grete Reiner en 1926 y a las adaptaciones teatrales que hicieron primero Erwin Piscator para el Teatro Político de Berlín y más tarde Bertold Brecht, que situó la acción en la Segunda Guerra mundial, prácticamente sin cambiar los personajes. Contribuyeron también a la rápida difusión de la novela el aprecio del escritor Max Brod, que también había promocionado a Kafka, y el hecho de que acabara siendo quemada ritualmente por los nazis en 1933. El libro alcanzó más de quinientas ediciones y ha sido traducido a cincuenta lenguas.
¿Cuál es la razón por la que una novela localizada en un ambiente tan lejano y estrecho, la Praga subterránea de la primera Gran Guerra, siguió siendo leída por las nuevas generaciones y conserva su popularidad hasta hoy? Naturalmente, la calidad literaria del libro lo convirtió pronto en un clásico contemporáneo. Al autor no se le puede negar una inventiva asombrosa y una comicidad irresistible y transgresora. Sin duda ello sería suficiente, pero tal vez haya algo más que explique el interés y la simpatía duradera que ha suscitado su novela. Y es que trata un tema que quizá no nos sea tan ajeno: los apuros de una persona sencilla para sobrevivir en un mundo peligroso y absurdo, movido por fuerzas ocultas sobre las que no puede aspirar a tener la menor comprensión, y mucho menos a controlarlas. El soldado Svejk ha tenido varios trabajos cuando estalla la guerra, ha sido empleado en una farmacia, soldado y traficante. Como el autor del libro, es visitante asiduo y consumidor generoso de la cerveza de múltiples locales de Praga, especialmente de El Cáliz (U Kalicha), una taberna situada en la calle Na Bojisti, decorada ahora con los dibujos del gran amigo del autor Josef Lada. Cuanto llega la noticia del comienzo de la guerra, Svejk, que era un veterano expulsado de su empleo militar anterior, se lanza con entusiasmo a la calle animando a los praguenses a alistarse y dando vivas al emperador Francisco José. Su entusiasmo es tal que los mandos militares austriacos empiezan a tomar en serio un dictamen médico que lo había declarado “imbécil”. A lo largo de muchos incidentes en el alistamiento y en camino hacia el frente ruso, Sveik despliega un sospechoso ardor guerrero que parece confirmar que efectivamente es un auténtico retrasado mental. No pierde jamás la alegría, habla compulsivamente desgranando anécdotas con las que desconcierta a sus compañeros de penurias y más aún a sus superiores. Las consecuencias de su entusiasmo por cumplir estrictamente las numerosas instrucciones que recibe son catastróficas, pues nada puede haber más letal para una burocracia militar que el cumplimiento literal de órdenes absurdas. Los jefes no pueden soportarlo. Dudan que su lealtad pueda ser sincera y lo abruman con insultos y arrestos, dando por supuesto que todos los simples como él son tramposos y rebeldes.
La comicidad irresistible de este curioso libro se entiende mejor si se piensa en el impacto que hubo de tener una guerra mundial en la vida diaria de un pueblo perdido en el corazón del continente europeo. Bohemia había estado regida durante siglos por una minoría alemana que la dominó sin contemplaciones, aún en la época de las nacionalidades. Por su parte, Europa había permanecido en relativa paz desde las guerras napoleónicas, a excepción de la guerra de Crimea en 1856 y la franco germana en 1870, ambas de alcance limitado. El peligro de una conflagración general se fue gestando precisamente a medida que la Alemania unificada, aliada con Austria-Hungría, fue adquiriendo poderío, se rearmó y empezó a disputar un lugar en el mundo colonial a las potencias clásicas. El Imperio de Bismarck quiso medirse con ellas, que habían mantenido a Alemania desunida secularmente precisamente para evitar que pudiera desafiarlas. Las circunstancias favorecían el desencadenamiento de una guerra general al chocar los intereses económicos y estratégicos enfrentados, empezando por los de Austria con los del Imperio ruso en los Balcanes. Serbia, independiente desde 1878, fue el punto de fricción. El asesinato del archiduque Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 en Sarajevo prendió la chispa de las hostilidades y rompió el delicado equilibrio que había presidido el sistema europeo durante un siglo. Todos se vieron involucrados: Francia, Rusia, Estados Unidos, Turquía e Inglaterra, que tuvo que abandonar su “espléndido aislamiento”.
El conflicto afectaba además a los varios pueblos que vivían bajo el dominio de las grandes potencias. A los checos la declaración de guerra los cogió, como a tantos, por sorpresa. Fueron movilizados para luchar por una monarquía que los había ignorado y encima contra unos supuestos enemigos como eran los serbios y los rusos a los que, como eslavos, consideraban hermanos. La burocracia militar tuvo que utilizar los métodos más violentos para conseguir poner en pie de guerra a una población que se sentía arrastrada a ser carne de cañón en la confrontación de potencias lejanas y opresoras. El soldado Svejk era el único que parecía encantado de enrolarse para defender “al emperador y su familia”. ¿Era realmente un retrasado mental? ¿Era un simulador? Se comprende que la discusión sobre este dilema haya sido ardua, ya que de vez en cuando el supuestamente estúpido soldado dice cosas muy sensatas y hasta profundas, reflexiones sobre la historia y sobre la crueldad de la guerra que no son propias de un tarado. Además, mostraba continuamente una asombrosa amplitud de conocimientos. Eran casi siempre saberes vulgares, artesanales, pero a veces nos sorprende con opiniones políticas que demuestran al menos asidua lectura de los periódicos. Así cuando al declararse la guerra se muestra convencido de que el asesinato del archiduque en Sarajevo fue obra de agentes turcos y no de los serbios. Sospecho que el autor, que narra poco y emplea toda su energía en componer las interminables parrafadas casuísticas de Svejk, pierde de vez en cuando el control del personaje, quizá porque a veces escribía bajo los efectos del alcohol, y pone en boca de Svejk opiniones que son claramente suyas. A veces lo hace sin venir mucho a cuento, dejando que el narrador se desahogue en ácidas diatribas contra la iglesia católica, contra el ejército y la burocracia, contra los jueces y sus códigos tramposos.
Jaroslav Jasek había nacido en 1883, el mismo año que Franz Kafka, y vivió hasta 1923. Milagro es que durara tan largo tiempo teniendo en cuenta la vida que llevó, que queda reflejada en los parlamentos de su personaje favorito. Fue empleado de banco, director de una revista especializada en animales, vendedor de perros maquillados para fingir pedigrí así como otros oficios menores. Escribía abundantes cuentos y artículos para los periódicos y compuso su novela básicamente en su habitat natural, los bares y tugurios de Praga. En 1911 fundó El partido del progreso moderado y pacífico dentro de los límites de la ley, con el que se divirtió dando mítines interminables y tumultuosos y fue su candidato en unas elecciones en las que obtuvo unos treinta votos en total. En un momento dado tuvo que comportarse para obtener la mano de su gran amor, la escritora Jarmila Mayerová, a la que abandonó poco después dejándole un hijo. Se alistó para la guerra en 1915 pero en el frente ruso cambió de lealtades y, tras la revolución de 1917, acabó covirtiéndose al bolchevismo y desempeñando el cargo de Comisario rojo, experiencia que le sirvió para escribir algunos de sus cuentos más divertidos. A la vuelta de Rusia al término de la guerra se trajo a una segunda esposa extraoficial que le ayudó a terminar la composición de su gran libro, enfermo ya y amargado, en Lipnice, un pueblo en la Bohemia oriental.
Hasek pertenecía a una Praga muy distinta de la oscura y enigmática de Kafka, un collage, como la definió Angelo María Ripellino en su espléndido ensayo Praga Mágica. Estaba llena de estrambóticos golfos literarios, una bohemia pobretona y divertida, juerguista y trasnochadora. Algunos de los personajes de esta farándula aparecen en los cuentos y en la gran novela de Hasek, que se parodió a sí mismo mismo bajo el disfraz de diferentes personajes. Uno de los más pintorescos es el voluntario Marek, un personaje que aparece ya bien entrada la segunda parte de la novela. Marek es algo más letrado que sus compañeros de regimiento y recibe el honroso encargo de ser el historiador de las heroicas hazañas de su batallón. Ha de escribirlas por adelantado, con todo detalle y siguiendo las instrucciones de sus superiores para que sin excepción resulten gloriosas y útiles para la propaganda del Imperio. A algunos otros curiosos representantes de aquella Praga de barracón los conocíamos ya por cuentos como el titulado Tres hombres y un tiburón. En él, los protagonistas compran un cazón en la pescadería y pretenden hacerse ricos exibiendolo como ¡el terror de los mares del norte! El trío incluye, aparte del propio autor, a Ferda Mestek, empresario de feria, traficante, domador de serpientes y propietario del circo de pulgas, y Svestka, dueño del tiovivo, del columpio americano y del tiro al blanco.
¿Imaginan el miedo y la incredulidad de este personal enfrentado a una Gran Guerra? No tuvieron más remedio que participar en ella pero por el camino fueron dejando cadáveres reales y cadáveres institucionales: la anquilosada monarquía austríaca, el poder de dominación una burocracia corrupta, la injusticia de acusaciones falsas y errores judiciales. Hasek, como ha escrito Ian Johnston, se propuso en su delirio aniquilar todo lenguaje oficial creado por el poder para imponer a la gente sencilla que acepte una determinada versión de su propia identidad. Por eso es especialmente elocuente ver cómo ridiculiza la pretensión de la intelectualidad nacionalista bohemia de fines del siglo XIX de inventar un pasado glorioso para la nación checa, tan dudoso como el futuro que tiene que inventar el voluntario Marek para los hechos gloriosos de su batallón. Decididamente, Hasek rechazaba con énfasis la división del mundo por etnias o nacionalidades y no deja títere con cabeza frente al empeño por recuperar el honor del reino de Bohemia. Desde el tren que lo lleva al frente atravesando los campos de batalla, Svejk observa los montones de “excrementos humanos de extracción internacional” y aprueba que al menos ellos, pertenecientes a varias nacionalidades y religiones, convivan sin entrar en discusiones de identidad. No se libra ni siquiera el supuesto primigenio líder de los checos, Libuse, al que Bedrich Smetana dedicó una ópera que aún se representa en Praga. Para no hablar de San Juan Nepomuceno, el santo patrón nacional tan popular entre el campesinado checo, que también es ridiculizado. El propio Hasek, en una de las más sonadas bromas que gastó en la vida real, eligió la estatua de este santo en el puente de Carlos para intentar un falso suicidio saltando al río Moldava. Consiguió que le llevaran al manicomio, donde declaró ser Fernando I, el último emperador austríaco que se ciñó la corona del antiguo reino de Bohemia y abdicó en 1848 para retirarse a cultivar bellas flores en el Castillo de Praga.
(HASEK, Jaroslav: The Good Soldier Svejk and his Fortunes in the World War, Trad Cecil Parrot; ed. Heinemann, Londres, 1973. Trad de SADLON, Zenny y JOYCE, Mike en Kindle Books–Id: Cuentos de Hasek; Ed, Arte y literatura, La Habana 1986.–Id: The Red Commissar; Abacus, Londres 1981.–RIPELLINO, Angelo María: Praga mágica; Julio Ollero Ed., Madrid 1991.–BRADLEY, J.F.N.: Czechoslovakia. A short History; University Press, Edimburgo 1971.–JOHNSTON, Ian: On Hasek’s The good soldier Svejk; en www.svejkcentral.com.– SADLON, Zenny: Svejk, A Hero of Our Time; en www.zenny.com)