Weimar, 1796
Wolfgang von Goethe manifestó en una ocasión que la poesía y la literatura eran para él un mero entretenimiento, ya que su verdadera profesión era “el todo”. Respondía así, algo molesto, a un interlocutor bien intencionado que ponderaba su calidad de escritor profesional, dando a entender que todo lo demás que había emprendido en la vida, desde su actividad política y administrativa en el ducado de Weimar hasta sus estudios sobre botánica, geología, agricultura, arte, óptica etc, eran actividades muy dignas, pero aficiones al fin y al cabo. El exabrupto del gran maestro me hizo recordar algo que escribió Georges Bataille: que algunas personas no saben ocultar “el sufrimiento disimulado que nos da el asombro de no serlo todo”. Goethe no parecía sufrir por este tipo de asombro, pues tenía una personalidad desbordante, “monumental y única” como la calificó Alexander von Humboldt. No necesitó muchos años para convertirse en una institución cultural en Alemania y en Europa, antes de culminar una obra que llena más de 130 tomos: de literatura en sus varias manifestaciones, poesía, teatro y novela, pero también de obras científicas, informes burocráticos variados, un extenso epistolario, sus propias obras pictóricas… Thomas Mann nos advirtió con razón contra la tentación de usar adjetivos de baja intensidad como “vanidoso” para calificar a un genio de tal magnitud. El mismo declaró: “no conozco a nadie más presuntuoso que yo… y que yo lo diga prueba que, en efecto, lo soy”. Podía permitírselo, pues toda esa extensa producción revela un talento natural nunca visto, antes o después. Todo lo que escribió es poesía, incluso cuando está vertido en prosa, porque su lenguaje es preciso, transparente y fluido. Un conocido suyo compositor, sabiendo de qué hablaba, destacó además la “magia rítmica” de su lenguaje, poemas y tratados científicos por igual. Con todos estos dones, ¿cómo podía no tener una vida colmada y feliz? Sin embargo, no parece que así fuera, pues consta que tenía un carácter adusto y altanero, una extraña rigidez corporal y una gran inestabilidad emocional de eterno peregrino, de wanderer. Todo ello induce a pensar que él mismo intuía que nunca había llegado a encontrarse con su auténtico destino, que había vivido huyendo de él. En una palabra, que había pasado su vida, como escribió Ortega y Gasset, “des-viviéndose”.
El propio Goethe afirmó que sus obras eran todas “fragmentos de una gran confesión” y es opinión común que la novela Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, publicada en 1796, es probablemente la que más nos acerca a la clave de la personalidad excesiva del maestro alemán. Meister es un joven burgués acomodado cuyo padre lo tiene destinado a continuar el negocio comercial de la familia. Desde sus juegos infantiles con marionetas ha desarrollado una intensa pasión por el teatro y vive fascinado por una compañía de cómicos que actúa en su ciudad, en especial por Mariana, la actriz principal. El cruel desengaño amoroso que sufre por su causa no impide que Wilhelm persista en su afición por el escenario. Decide ignorar los consejos familiares y se embarca en la vida nómada de los artistas, convencido de que él mismo podrá iniciar una carrera de actor y de autor teatral. Los siete libros de la novela empiezan por narrar las numerosas aventuras y amoríos de Wilhelm en su peripecia teatral, enlazando sin demasiado orden episodios a menudo inverosímiles a los que se añaden abundantes disgresiones dialogadas sobre el teatro, la religión, la educación y la vida en general. Al final, tras haber caído bajo el hechizo de Shakespeare y adaptado el Hamlet, Wilhelm representa con éxito el rol protagonista, pero sufre muy pronto la gran decepción: sus colegas profesionales le dan la espalda porque no les sirve para su nuevo proyecto de producir óperas. Desolado, llega a la conclusión de que no tiene talento de artista. Pero nos deja sin resolver varias dudas: ¿es verdad, en efecto, que no tiene talento? ¿Y si es así, es ésta la verdadera razón por la que decide abandonar el teatro, o es más bien porque carece del valor necesario para adaptarse a vivir con unos cómicos de los que le separa una distancia social y cultural insalvable? Sea como sea, Wilhelm decide volver a la actividad “útil” para la que lo llama su mundo burgués y, rendido en su admiración por los nobles con quienes ha tratado en sus correrías, contrae matrimonio con Natalia, una aristócrata dispuesta a renunciar a su rango por amor. Al final se aclara el misterio que hila toda la intriga: los mensajes secretos que iban llegando a Wilhelm en diferentes momentos incitándole a huir, a volver a su medio social, eran el resultado de una trama urdida por los miembros de una sociedad secreta de carácter masónico. Han apurado el tiempo esperando a que él mismo fuera ahondando en su error para poder “redimirlo” definitivamente de su infatuación con el arte.
Wilhelm Meister inauguró un género literario, la novela de formación (Bildung), que tenía escasos antecedentes en la literatura alemana y que se iba a convertir en una auténtica moda en Europa. Eran narraciones orientadas a “edificar” al individuo, en procurar su desarrollo social y cultural desde el estado de ignorancia natural para hacer de él un ciudadano responsable. Goethe había escrito un tratado sobre La metamorfosis de las plantas y parecía aplicar las leyes de la naturaleza al desarrollo del ser humano. Este nuevo género iba a convertirse en la filosofía cultural del estado prusiano, basada en la emancipación espiritual a través del estudio de las humanidades. En el conjunto de la obra de Goethe no es difícil percibir el contraste de esta obra con su prematura novela epistolar Las tribulaciones del joven Werther, que fue publicada en 1774 cuando él sólo tenía 24 años de edad y que se convirtió rápidamente en uno de los más extraordinarios “best-sellers” de la historia literaria. Prendió como una chispa en toda Europa con su lacrimógena historia de un amor imposible que acaba en suicidio, lo nunca visto en las letras europeas hasta entonces (salvo que se le había adelantado el español José Cadalso con sus Noches Lúgubres). Cuando Napoleón Bonaparte se entrevistó con Goethe en 1808 le reveló en tono admirativo que había llevado consigo la novela durante su campaña en Egipto en 1798 y que la había leído nada menos que siete veces. En Werther, la imposibilidad de cumplir sus deseos lleva al joven a la desesperación, en consonancia con el movimiento literario llamado Sturm und Drang (aproximadamente: “tormenta y empuje”). Sus adherentes propugnaban la exaltación extrema de la soberanía individual y querían expresarla en un estilo nuevo, que abandonaba las formas clásicas recibidas del gran siglo de la literatura francesa. Fue un movimiento efímero porque no supo cómo resolver literariamente el problema de los límites del ser humano. Ello explica que Goethe, que había sido uno de sus pioneros, lo abandonara a los pocos años para presentar en Wilhelm Meister una solución más convencional y realista, que también se presta, no obstante, a interpretaciones. Según la más obvia, el protagonista, escarmentado por sus fracasos, se resigna a una vida individualista, acorde con la “prosa de la sociedad” y no con “la poesía del corazón”, como escribió Hegel. Lukáks, en cambio, no aprecia oportunismo indebido en la conducta del personaje, pues según él Goethe había encontrado un correcto punto medio entre los extremos de la desesperación y la cobardía: el héroe, expuesto a la experiencia de la vida, acaba aceptando la realidad tal como es a través de una renuncia racional (Entsagung).
Es difícil no ver en esta renuncia un espejo de la vida del propio Goethe. Primera renuncia: cuando, a pesar de ser ya un autor de éxito, aceptó con 27 años la invitación del duque de Weimar, Carl August, para servirle como consejero y, más tarde, como primer ministro del ducado. El príncipe elevó su categoría social dándole el título nobiliario, imprescindible para ello en aquella sociedad de castas, y le permitió simultanear sus cargos de alta responsabilidad con sus veleidades teatrales, que ejercía como director del teatro de aficionados de la ciudad. Pero nuestro protagonista no podía soportar el ambiente pueblerino del ducado. Tras diez años de trabajo burocrático contemplamos su segunda renuncia: se escapó en 1786 sin previo aviso y viajó a Suiza e Italia, iniciando unas extraordinarias vacaciones que prolongó más de dos años. Allí se presentó bajo un nombre falso y se dedicó a practicar la pintura. Como le pasaría a Wilhelm Meister con el teatro, él mismo acabó reconociendo que tampoco tenía suficiente talento como pintor.
A su vuelta de Italia, Goethe, que había lanzado su fulgurante carrera literaria con las extremas pasiones de Werther, con valiosas colecciones de poemas y con sus primeros dramas históricos Götz von Berlichingen y Prometeo (ambos de 1774), se había convertido al clasicismo y abandonado los excesos del Sturm und Drang. No quiso retomar sus responsabilidades políticas y sólo se hizo cargo de la la creación de una compañía oficial de teatro, aunque mantuvo una posición de cercanía y confianza con el duque, que se había convertido en su amigo y admirador. Weimar contaba en la época un máximo de 6000 habitantes, de los cuales unos 2000 eran funcionarios. Tenía una vida cultural rica fomentada por la corte ducal, pero no es difícil imaginar que al ya experimentado maestro le iba a ser difícil volver y ser “profeta en su tierra”. La rancia sociedad local lo recibió con la previsible hostilidad, motivada por la envidia, entre otras cosas a causa de la prolongada ausencia de que había disfrutado con cargo a las arcas públicas, coleccionando obras de arte y viejas piedras romanas. Los círculos oficiales y culturales de la pequeña capital declararon que no entendían nada de lo que él escribía: ”ya no sirve para Weimar” fueron las palabras de la hija de Johann Gottfried Herder. Su admirada Charlotte von Stein, con quien había mantenido una ambigua pero intensa relación antes de su partida, tampoco estuvo muy feliz cuando leyó las Elegías romanas, unos poemas eróticos que vieron la luz ya en 1789, inspirados en la activa participación del poeta en el carnaval romano, al que dedicó muchas páginas en su Viaje italiano. Para colmo, se casó con su amor tardío, Christiane Vulpius, una “plebeya” que lo acompañó hasta su propia muerte. La puritana sociedad de Weimar lo consideró el más desafiante acto de libertinaje que pudiera imaginarse.
La variedad de sus actividades y la pasión con que las vivió habrían sido suficientes para convertir la vida de Goethe en una auténtica novela, llena de múltiples viajes y escenarios, variados intereses intelectuales y no pocos amoríos fracasados, casi todos debidos a su inconstancia y a su carácter apabullante. Pero es que además le tocó ser testigo de uno de esos períodos en que suceden mutaciones tan profundas que hacen que una vida parezca extenderse a lo largo de varios siglos. Vivió muy largamente, de 1749 a 1832 y, a la mitad de su trayectoria, casi todo cambió. La Alemania de su juventud no sentía una especial tensión nacionalista. Su única unidad residía en la lengua y la cultura, pulverizada como estaba en entidades políticas semi-soberanas, no menos de trescientos principados, obispados, ciudades libres como su nativa Frankfurt. Estaban conectadas vagamente entre sí por la entelequia jurídica del “Sacro Imperio Romano Germánico” y prestigiadas por la calidad de sus universidades y la eficiencia de sus burocracias. Goethe tenía cuarenta años cuando estalló la Revolución Francesa, un acontecimiento que tenía necesariamente que remover los cimientos de la sociedad europea y en especial de la alemana, pendiente durante más de un siglo de la hegemonía francesa. Él, que no apreció la Revolución pero admiró a Napoleón y sintió curiosidad por la Norteamérica independiente, tuvo que ver a su ciudad de adopción, Weimar, saqueada por las tropas francesas en 1805 y no tuvo más remedio, a la avanzada edad de 73 años, que ampliar su experiencia vital acompañando peligrosamente al duque en el asedio de la ciudad de Maguncia. Cuando murió en 1832, la sociedad agraria y artesanal de 1749 había dado paso al industrialismo y a la democracia, tal como él mostró en su obra de madurez Años de peregrinaje de Wilhelm Meister. Francia había presenciado dos revoluciones, el Sacro Imperio había sido cancelado y Europa había estado sumida en años de guerra. Napoleón, Beethoven y Hegel habían dejado ya su huella en la historia y Goethe iba a dejar pronto la suya cuando concluyó, poco antes de morir, las dos partes del Fausto, su obra maestra más profunda e inspirada.
(GOETHE, Wolfgang: Wilhelm Meisters Lehrjahre, en Goethe Werke IV. Insel Verlag, 1979.–BATAILLE, Georges: La experiencia interior; Taurus, Madrid 1981.– BOYLE, Nicholas: Goethe. The Poet and the Age; Oxford University Press, 1992.–ORTEGA Y GASSET: Pidiendo un Goethe desde dentro (1932), en Ob. Completas V, Taurus, Madrid 2006.–MANN, Thomas: Fantasía sobre Goethe; Ed Alba, Kindle Books.–SALA ROSE,Rosa: El misterioso caso alemán; Alba Ediciones, Barcelona 2007.–WATSON, Peter: The German Genius; Simon and Schuster, Londres 2010.–KOVAL, Martín Ignacio: La lectura lucákcsiana de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, en www.herramienta.com.ar)